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Parroquia de San Julián de los Prados

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Actualidad

Renovación de Bautismo y Confirmación

 

    Os esperamos esta tarde en nuestra iglesia a partir de las 18:30 para celebrar la renovación de las promesas del bautismo y confirmación.

Domingo de Resurrección

Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 

He 10, 34a. 37-43

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:

    «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

    Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

    Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Salmo
Sal 117.

    R. Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo

Segunda lectura 

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses 

Col 3, 1-4

   Hermanos:

    Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

    Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

Evangelio del día 
Lectura del santo evangelio según San Juan
Jn 20, 1-9

    “Entró, vio y creyó"

    El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.

Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Sábado Santo

Primera lectura

Lectura del libro del Génesis 

Gn 1, 1-2, 2

    Al principio creó Dios el cielo y la tierra. Dijo Dios:

    «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra».

    Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.

    Dios los bendijo; y les dijo Dios:

    «Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».

    Y dijo Dios:

    «Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: os servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».

    Y así fue.

    Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Salmo
Sal 103.

    R. Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra

Segunda lectura 

Lectura del libro del Génesis 

Gn 22, 1-18

    En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo: «¡Abrahán!».

    El respondió: «Aquí estoy».

    Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré».

    Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.

    Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros».

    Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. Isaac dijo a Abrahán, su padre: «Padre».

    Él respondió: «Aquí estoy, hijo mío».
    
    El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?».

    Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». Y siguieron caminando juntos.

    Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!».

    Él contestó: «Aquí estoy».

    El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».

    Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

    Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto».

    El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo:

    «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

Salmo
Sal 15.

    R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti.

 Tercera lectura

Lectura del libro del Éxodo 

Ex 14, 15 - 15, 1

    En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

    «¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de vosotros, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».

    Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro. Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.

    Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente.

    Los egipcios dijeron: «Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».

    Luego dijo el Señor a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

    Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar.

    Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó.

    Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.

    Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.

    Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este canto al Señor:


Salmo
Sal 15.

    R. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria

 Cuarta lectura

Lectura del libro de Isaías 

Is 54, 5-14

    Quien te desposa es tu Hacedor:  su nombre es Señor todopoderoso.

    Tu libertador es el Santo de Israel: se llama «Dios de toda la tierra».

    Como a mujer abandonada y abatida te llama el Señor; como a esposa de juventud, repudiada —dice tu Dios—.

    Por un instante te abandoné, pero con gran cariño te reuniré.

    En un arrebato de ira, por un instante te escondí mi rostro, pero con amor eterno te quiero —dice el Señor, tu libertador—.

    Me sucede como en los días de Noé: juré que las aguas de Noé no volverían a cubrir la tierra; así juro no irritarme contra ti ni amenazarte.

    Aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz —dice el Señor que te quiere—.

    ¡Ciudad afligida, azotada por el viento, a quien nadie consuela!

    Mira, yo mismo asiento tus piedras sobre azabaches, tus cimientos sobre zafiros; haré tus almenas de rubí, tus puertas de esmeralda, y de piedras preciosas tus bastiones.

    Tus hijos serán discípulos del Señor, gozarán de gran prosperidad tus constructores.

    Tendrás tu fundamento en la justicia: lejos de la opresión, no tendrás que temer; lejos del terror, que no se acercará.


Salmo
Sal 29.

    R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Quinta lectura

Lectura del libro de Isaías 

Is 55, 1-11

   Esto dice el Señor: 

«Sedientos todos, acudid por agua; venid, también los que no tenéis dinero: comprad trigo y comed, venid y comprad, sin dinero y de balde, vino y leche.

¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?

Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos.

Inclinad vuestro oído, venid a mí: escuchadme y viviréis.

Sellaré con vosotros una alianza perpetua, las misericordias firmes hechas a David: lo hice mi testigo para los pueblos, guía y soberano de naciones.

Tú llamarás a un pueblo desconocido, un pueblo que no te conocía correrá hacia ti; porque el Señor tu Dios, el Santo de Israel te glorifica.

Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca.

Que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos —oráculo del Señor—.

Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes.

Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».


Salmo
Sal 5.

    R. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Sexta lectura

Lectura del libro de Baruc 

Bar 3, 9-15. 32-4, 4

   Escucha, Israel, mandatos de vida; presta oído y aprende prudencia.

    ¿Cuál es la razón, Israel, de que sigas en país enemigo, envejeciendo en tierra extranjera; de que te crean un ser contaminado, un muerto habitante del Abismo?

    ¡Abandonaste la fuente de la sabiduría!

    Si hubieras seguido el camino de Dios, habitarías en paz para siempre.

    Aprende dónde está la prudencia, dónde el valor y la inteligencia, dónde una larga vida, la luz de los ojos y la paz.

    ¿Quién encontró su lugar o tuvo acceso a sus tesoros?

    El que todo lo sabe la conoce, la ha examinado y la penetra; el que creó la tierra para siempre y la llenó de animales cuadrúpedos; el que envía la luz y le obedece, la llama y acude temblorosa; a los astros que velan gozosos arriba en sus puestos de guardia, los llama, y responden: «Presentes», y brillan gozosos para su Creador.

    Este es nuestro Dios, y no hay quien se le pueda comparar;rastreó el camino de la inteligencia y se lo enseñó a su hijo, Jacob, se lo mostró a su amado, Israel.

    Después apareció en el mundo y vivió en medio de los hombres.

    Es el libro de los mandatos de Dios, la ley de validez eterna: los que la guarden vivirán; los que la abandonen morirán.

    Vuélvete, Jacob, a recibirla, camina al resplandor de su luz; no entregues a otros tu gloria, ni tu dignidad a un pueblo extranjero.

    ¡Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor!


Salmo
Sal 18.

    R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

Séptima lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel 

Ez 36, 16-28

   Me vino esta palabra del Señor:

    «Hijo de hombre, la casa de Israel profanó con su conducta y sus acciones la tierra en que habitaba. Me enfurecí contra ellos, por la sangre que habían derramado en el país, y por haberlo profanado con sus ídolos. Los dispersé por las naciones, y anduvieron dispersos por diversos países. Los he juzgado según su conducta y sus acciones.

    Al llegar a las diversas naciones, profanaron mi santo nombre, ya que de ellos se decía: “Estos son el pueblo del Señor y han debido abandonar su tierra”.

    Así que tuve que defender mi santo nombre, profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde había ido.

    Por eso, di a la casa de Israel: “Esto dice el Señor Dios:

    No hago esto por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros en las naciones a las que fuisteis.

    Manifestaré la santidad de mi gran nombre, profanado entre los gentiles, porque vosotros lo habéis profanado en medio de ellos.

    Reconocerán las naciones que yo soy el Señor —oráculo del Señor Dios—, cuando por medio de vosotros les haga ver mi santidad.

    Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra.

    Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías
os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.

    Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.

    Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios”».


Salmo
Sal 41.

    R. Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Octava lectura

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 

Ro 6, 3-11

    Hermanos:

    Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.

    Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.

  Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.

    Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.

    Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Evangelio del día 
Lectura del santo evangelio según San Lucas
Lc 24, 1-12

    “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"

    El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron:
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea, cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar».

    Y recordaron sus palabras. Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto a los Once y a todos los demás.

    Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago. También las demás, que estaban con ellas, contaban esto mismo a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron.

    Pedro, sin embargo, se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, ve solo los lienzos, Y se volvió a su casa, admirándose de lo sucedido.

Viernes Santo

 

Primera lectura

Lectura del libro del Isaías 

Is 52, 13 - 53, 12

    Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.

    Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.

    ¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor?

    Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.

    Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.

    Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.

    Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.

    Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.

    Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

    Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.

    Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.

    El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.

    Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.

    Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

    Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.

    Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.


Salmo
Sal 30.

    R. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

Segunda lectura 

Lectura de la carta a los Hebreos 

Heb  4, 14-16; 5, 7-9

    Hermanos:

    Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.

No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.

Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.


Evangelio del día 
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Juan
Jn 18, 1-19, 42

    “... entregó su espíritu"

    Cronista:

    En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
    
    + «¿A quién buscáis?».

    C. Le contestaron:

    S. «A Jesús, el Nazareno».

    C. Les dijo Jesús:

    + «Yo soy».

    C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

    + «¿A quién buscáis?».

    C. Ellos dijeron:

    S. «A Jesús, el Nazareno».

    C. Jesús contestó:

    + «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».

    C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».

    Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

    + «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».

    C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».

    Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:

    S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».

    C. Él dijo:

    S. «No lo soy».

    C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.

    El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó:

    + «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».

    C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

    S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».

    C. Jesús respondió:
    
    + «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».

    C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

    C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

    S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».

    C. Él lo negó, diciendo:

    S. «No lo soy».

    C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

    S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».

    C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

    C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

    S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».

    C. Le contestaron:

    S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».

    C. Pilato les dijo:

    S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
    
    C. Los judíos le dijeron:

    S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».

    C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
    
    Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

    S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».

    C. Jesús le contestó:

    + «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».

    C. Pilato replicó:

    S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
    
    C. Jesús le contestó:

    + «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».

    C. Pilato le dijo:

    S. «Entonces, ¿tú eres rey?».

    C. Jesús le contestó:

    + «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

    C. Pilato le dijo:

    S. «Y, ¿qué es la verdad?».

    C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

    S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».

    C. Volvieron a gritar:

    S. «A ese no, a Barrabás».

    C. El tal Barrabás era un bandido.

    C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

    S. «Salve, rey de los judíos!».
    
    C. Y le daban bofetadas.

    Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
    
    S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».

    C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

    S. «He aquí al hombre».

    C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

    S. «Crucifícalo, crucifícalo!».

    C. Pilato les dijo:

    S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».

    C. Los judíos le contestaron:

    S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».

    C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:

    S. «¿De dónde eres tú?».

    C. Pero Jesús no le dio respuesta.

    Y Pilato le dijo:

    S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».

    C. Jesús le contestó:

    + «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».

    C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

    S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».

    C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

    Y dijo Pilato a los judíos:

    S. «He aquí a vuestro rey».

    C. Ellos gritaron:

    S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».

    C. Pilato les dijo:

    S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».

    C. Contestaron los sumos sacerdotes:

    S. «No tenemos más rey que al César».

    C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

    C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».

    Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.

    Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

    S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».

    C. Pilato les contestó:

    S. «Lo escrito, escrito está».

    C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

    S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».

    C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.

    C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

    + «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

    C. Luego, dijo al discípulo:

    + «Ahí tienes a tu madre».

    C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

    C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:

    + «Tengo sed».

    C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

    + «Está cumplido».

    C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

    [Todos se arrodillan, y se hace una pausa.]

    C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:

    «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice:  «Mirarán al que traspasaron».

    C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.

    Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Jueves Santo

 

Primera lectura

Lectura del libro del Éxodo 

Ex 12, 1-8. 11-14

    En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:

    «Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.

    Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.

    Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.

    Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.

    Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.

    La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.

    Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».


Salmo
Sal 115.

    R. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo

Segunda lectura 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 

1 Cor  11, 23-26

    Hermanos:

    Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
    
    «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

    Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
    
    «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

    Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio del día 
Lectura del Santo Evangelio según San Juan
Jn 13, 1-15

    “Debéis lavaros los pies unos a otros"

    Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

    Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

    Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».

    Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

    Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás».

    Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

    Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».

    Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

    Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

    Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

    «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Domingo de Ramos

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías
Is 50, 4-7


   El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.

    El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.

    El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Salmo
Sal 21.

    R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


Segunda lectura 

Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Filipenses

Flp 2, 6-11

    
    Cristo, Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.

    Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.

    Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.


Evangelio del día 
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 
Lc 22, 14-23, 56

    “Perdónales porque no saben lo que hacen"

    Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo:

    - «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios».

    Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo:

    - «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios».

    Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo:

    - «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía».

    Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo:

    - «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!».

    Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.

    Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo:

    - «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. Porque quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.
    
    Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

    Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos».

    Él le dijo:

    - «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte».

    Pero él le dijo:

    - «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».

    Y les dijo:

    - «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?».

    Dijeron:

    - «Nada».

    Jesús añadió:

    - «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin».

    Ellos dijeron:

    - «Señor, aquí hay dos espadas».

    Él les dijo:

    - «Basta».

    Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo:

    - «Orad, para no caer en tentación».

    Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:

    - «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya».

    Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo:

    - «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».

    Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:

    - «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».

    Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron:

    - «Señor, ¿herimos con la espada?».

    Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo:

    - «Dejadlo, basta».

    Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él:

    - «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».

    Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:

    - «También este estaba con él».

    Pero él lo negó diciendo:

    -  «No lo conozco, mujer».

    Poco después, lo vio otro y le dijo:

    - «Tú también eres uno de ellos».

    Pero Pedro replicó:

    - «Hombre, no lo soy».

    Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo:

    - «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo».

    Pedro dijo:

    - «Hombre, no sé de qué me hablas».

    Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». Y, saliendo afuera, lloró amargamente. 

    Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo:

    - «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?».

    E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron:

    - «Si tú eres el Mesías, dínoslo».

    Él les dijo:

    - «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios».

    Dijeron todos:

    - «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?».

    Él les dijo:

    - «Vosotros lo decís, yo lo soy».

    Ellos dijeron:

    - «Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca».

    Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo diciendo:

    - «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».

    Pilato le preguntó:

    - «Eres tú el rey de los judíos?».

    Él le responde:

- «Tú lo dices».

    Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:

    - «No encuentro ninguna culpa en este hombre».

    Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:

    - «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».

    Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada.

    Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:

    - «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

    Ellos vociferaron en masa:

    - «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».

    Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:

    - «¡Crucifícalo, crucifícalo!».

    Por tercera vez les dijo:

    - «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».

    Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.

    Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

    - «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».

    Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía:

    - «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

    Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:

    - «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

    Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:

    - «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

    Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:

    - «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

    Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:

    - «Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».

    Y decía:

    - «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

    Jesús le dijo:

    - «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

    Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:

    - «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

    Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:

    - «Realmente, este hombre era justo».

    Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.

    Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.

    Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.

horarios e información

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EVANGELIO

Al día siguiente vió venir a Jesus y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: En pos de mí viene un varón que ha pasado delante de mí, porque era primero que yo. Yo no le conocía; mas para que El fuese manifestado a Israel he venido yo, y bautizo en agua.

Evangelio de San Juan

Capítulo 1:29-31

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque el juicio que vosotros hacéis, se aplicará a vosotros, y la medida que usáis, se usará para vosotros. ¿Por qué ves la pajuela que esta en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que está en tu ojo?

Evangelio de San Mateo

Capítulo 7:1-3

Si, pues, vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial os perdonará también; pero si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestros pecados”.

Evangelio de San Mateo

Capítulo 6:14-15

Y cuando os ponéis de pie para orar, perdonad lo que podáis tener contra alguien, a fin de que también vuestro Padre celestial os perdone vuestros pecados. Si no perdonáis, vuestro Padre que está en los cielos no os perdonará tampoco vuestros pecados.

Evangelio de San Marcos

Capítulo 11:25-26

"Ahora bien, en la Ley, Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Y Tú, qué dices?". Esto decían para ponerlo en apuros, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir en el suelo, con el dedo. Como ellos persistían en su pregunta, se enderezó y les dijo: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, tire el primero la piedra contra ella”.

Evangelio de San Juan

Capítulo 8:5-7

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